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La columna de Fernando Manzanilla

Hace unos días se realizó en Egipto la COP27, es decir, la edición vigésimo séptima de las conferencias más grandes e importantes del planeta vinculadas con el clima. Justamente este acrónimo hace referencia a la “Conferencia de las Partes”, relacionada con los países signatarios de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), un tratado internacional para responder a la crisis medio ambiental.

Llama mucho la atención que en los 27 años de existencia de la COP, el océano nunca ha sido un tema central de esta reunión. Sólo se integró en todas las áreas de trabajo de la CMNUCC y el Acuerdo de París por primera vez el año pasado. Y, hasta junio de 2021, solo 33 de los 193 países del Acuerdo habían incluido soluciones basadas en la naturaleza costera y marina en sus estrategias climáticas nacionales.

A pesar de estas claras omisiones, es importante tener presente que el océano, es una pieza fundamental en la crisis medio ambiental, ya que regula el clima y absorbe la mayor parte del calor del calentamiento global, así como las emisiones de CO2 de la humanidad. 

Cubre más del 70% del planeta y es el hábitat de unas 250 mil especies conocidas, aunque los científicos calculan que en realidad sobrepasan los dos millones, ya que aún no se han identificado más de dos tercios de las especies marinas. Precisamente, estos organismos producen una buena parte del oxígeno necesario para la vida.

De acuerdo con la Organización de Naciones Unidas (ONU), los océanos producen la mitad de todo el oxígeno que respiramos, además de regular el clima y la temperatura de la Tierra, es decir, son los pulmones acuáticos de la Tierra. 

Cumplen un papel vital en la limpieza de la atmósfera, puesto que actúan como enormes sumideros de carbono. Esto significa que absorben importantes cantidades de dióxido de carbono, mediante el proceso de la fotosíntesis, realizado por los organismos vegetales suspendidos en el agua. Los científicos estiman que entre el 30% y el 40% del dióxido de carbono de la actividad humana, liberado a la atmósfera se disuelve en océanos, ríos y lagos.

Precisamente, estas actividades han alterado de manera considerable este proceso natural, lo cual está contribuyendo al incremento del calentamiento global y su consecuencia el cambio climático.

Algunas de las consecuencias de estos fenómenos son el derretimiento de los glaciares, la elevación del nivel de los mares, el cambio de las corrientes marítimas, el desplazamiento de las especies hacia zonas más frías, el desequilibrio en la distribución de los ecosistemas marinos, la afectación de las cadenas tróficas o alimentarias y la acidificación de las aguas.

Un ejemplo dramático de lo que ocurre a consecuencia del calentamiento y acidificación de las aguas de los océanos se presenta en la Gran Barrera de Coral de Australia. Esta formación natural de más de 2.300 kilómetros de largo, reconocida como patrimonio mundial de la Unesco, sufre un blanqueamiento masivo debido a las altas temperaturas del mar.

Pero también, la contaminación marina se produce a través de la atmósfera. El viento arrastra polvo, bolsas plásticas y otros objetos hacia el mar desde vertederos y otras zonas terrestres. 

Es así que el 80% de los desechos marinos se componen de material plástico, cuyo proceso de degradación es muy lento, por lo que pueden ser ingeridos por la fauna marina y causar la muerte de las diferentes especies e incluso de aves que pescan sus presas en los mares. Alarma saber que se han encontrado plásticos hasta en zonas de más de 10 mil metros de profundidad.

Es por ello que necesitamos hacer un alto y actuar a favor del cuidado de los océanos, ya que hasta ahora han sido nuestros grandes aliados en el combate del calentamiento global. Todas y todos, desde nuestras diferentes trincheras podemos hacer algo, como lo es reducir nuestras emisiones de CO2 y el consumo de energía.

Desde luego, también será indispensable utilizar menos productos de plástico que puedan terminar en los mares, además de hacer compras seguras y sostenibles de pescado que permitan reducir la sobreexplotación marina. Sin duda, necesitamos informarnos sobre los problemas a los que se enfrenta este sistema vital, lo cual nos llevará a garantizar su protección e inspirar a otros a hacerlo.

Tengamos presente que estamos en un momento clave en el que hacer o no hacer nada por el medio ambiente y por los océanos tendrá consecuencias irreversibles en el planeta y en quienes lo habitamos.  Ni la biodiversidad ni los hábitats naturales son entes separados, por el contrario, estamos directamente unidos y por ello cuidar el océano es protegernos a nosotros mismos.