La columna de Maritza Mena
De la austeridad republicana pasaremos a la pobreza franciscana con todo lo que esa palabra implica.
La primera se consumó con la Ley Federal de Austeridad Republicana que limita las percepciones de los servidores públicos, el uso de recursos para la adquisición de vehículos que no sobrepasen cierta cantidad de Unidades de Medida y Actualización, y establece acciones que se consideren austeras en la administración federal.
Sin embargo, en la práctica, el argumento de la “austeridad” ha servido para justificar la falta de tratamientos oncológicos, medicinas en los hospitales, el desmantelamiento del campo, la extinción de fideicomisos que apoyaban el arte, la cultura, la ciencia o la educación, la falta de recursos públicos para tareas de seguridad pública, para municipios, muchos de ellos sin la posibilidad de hacer obras o brindar servicios de calidad, entre otras medidas que han impactado negativamente la calidad de vida de los mexicanos.
Las cifras son el fiel reflejo de la política nacional implementada por un gobierno que se dice de izquierda, pero que en la realidad actúa como el verdugo del pueblo que confió en sus promesas de campaña.
Más de 120 mil asesinatos dolosos en menos de 6 años, a pesar de que se ofreció reducir la inseguridad, el debilitamiento las fuerzas del orden público que no son capaces de enfrentar al crimen organizado quien literalmente se ha apropiado de varias partes del territorio, más de mil 600 menores con cáncer fallecidos por falta de medicinas y tratamientos, una inflación que llegó durante la primera quincena de julio al histórico 8.16 por ciento o el aumento de la gasolina que parece que no se detendrá.
Uno de los argumentos que ha sido la plataforma para impulsar la idea de que la austeridad es buena ha sido la constante estigmatización hacia la riqueza o a quienes buscan tener una mejor calidad de vida.
Como si fuera un privilegio vivir ni siquiera en la medianía, sino en la pobreza extrema como ha pasado en los países donde gobiernan dictadores como Miguel Díaz-Canel (Cuba) o Nicolás Maduro (Venezuela), quienes mantienen a su población viviendo con alimentos racionados, que sirven para controlarlos si no se someten a su gobierno, y que por cierto, son muy cercanos al mandatario mexicano, pero que no solo gozan de las mieles del capitalismo sino de los impuestos que pagan millones de mexicanos.
Si la austeridad ya era austericidio qué pasará con nuestro país cuando la pobreza “franciscana” empiece a ser visible.