La Columna de Erika Rivero Almazán
Se avecinan tiempos violentos en el PAN.
No es el exterminio, no es un asalto a quemarropa.
Es una guerra de guerrillas de impacto inmediato y de largo y lento alcance.
Una competencia de resistencia.
Y eso sólo significa una cosa: desgaste, división y, a la larga, debilidad.
El gran perdedor es el propio PAN.
¿A quien le conviene un partido azul dividido?
A Morena.
El más reciente video impulsado en redes por la planilla de Agusta Diaz de Rivera y Marcos Castro fue reactivo: muestran un acta de la Comisión Estatal Organizafora cuyos números los favorecen y presionan para que Genoveva Huerta reconozca su derrota, y al mismo tiempo, para que el CEN de Marko Cortés intervenga con un pronunciamiento, «porque les ganamos en su cancha, con sus reglas y con el árbitro en contra».
Fue como poner sal en la herida.
Más.
El resultado fue que Huerta oficializó su promesa de impugnar ante las instancias legales del partido.
Y que, hasta el momento, Marko Cortés guardará silencio ante el caso Puebla.
Porque para el equipo de Huerta «nos quisieron robar la elección» y «vamos por una segunda vuelta».
¿Qué significa eso para el Pan aldeano, en términos prácticos?
Que el Pan está dividido en dos.
Que el exterminio de uno y otro grupo siempre los llevará al mismo lugar.
Que mientras no hay acuerdos que se cumplan siguen fortaleciendo a Morena.
Porque es posible que aún si el Cen determina una segunda vuelta, el equipo de Augusta y Castro impugne ante los tribunales federales electorales, que para el peor escenario, podría llevar meses.
Y el Pan seguiría siendo tierra de nadie.
Ahora, ¿se imaginan cómo sería una segunda vuelta ante este nivel de belicosidad?
Resulta complicado imaginar a Augusta levantadole la mano a Genoveva.
Y viceversa.
La respuesta es la misma: nadie gana.
Salvo, Morena.