Compartir es amor

La columna de Érika Rivero Almazán

El periodista llegó primero: se sentó a la mesa y pidió una sopa.
El restaurante del centro de la ciudad era garantía del buen gusto en sus platillos.
El otro comensal llegó 15 minutos después, tranquilo y sin prisa, a sabiendas de que era esperado.
Con ansia.
El saludo fue cordial, pero atropellado. Cierta incomodidad se hizo presente desde el primer suspiro.
La plática inicial estuvo llena de lugares comunes.
De pronto: la pregunta incómoda pero indispensable.

  • ¿Por qué estamos aquí?.. claro, además de que sabemos que eres de paladar exigente.
    El periodista, desconcertado, detuvo en seco sus esfuerzos en las artes de la buena conversación. Sabía que iniciaba el desfile de las verdades.
    -Bueno… yo quería un acercamiento, ya sabes, un nuevo inicio, borrón y cuenta nueva, bandera blanca, y tu me citaste aquí.
    -Te cité aquí porque él me lo recomendó. Me dijo que este restaurante fue testigo de un acuerdo entre ambos. Pero no me dijo más, ¿qué tiene de especial este lugar?- preguntó el segundo comensal, – ¿alguna anécdota en especial?
    El periodista entonces hizo a un lado su sopa.
    La reunión tomaba un curso atropellado, inesperado.
    Tragó saliva.
    -Si, bueno, fue hace tiempo, ¿sabes?, la última vez que lo vi al él fue aquí, efectivamente.
  • ¿Y de qué hablaron?
    Entonces el periodista río.
    Más como un escape de su nerviosismo que de un gracioso viaje en el tiempo.
    -Bueno… creo que me estás queriendo dar un mensaje siciliano…
  • No lo sé, dímelo tu… ¿de qué hablaron?, lo increpó su interlocutor.
    -Hicimos un pacto… un pacto de caballeros… por así decirlo.
  • ¿Y qué pactaron?
  • Fue un acuerdo de no agresión: si bien me había decantado por apoyar a su adversario, que al menos no lo agrediera, que le diera espacio, que le diera voz…
  • ¿Y sí lo hiciste?
    Ahora si la sonrisa se convirtió en un gesto extraño en su cara y de la palidez morena pasó a un rubor que se subió hasta las orejas.
    Pero se cobijó en esa sonrisa cómplice a la que tantas veces había recurrido como un viejo habito.
    -Tu sabes que no fue así, pero ya en la campaña le dimos muchas planas, tu también viste eso… nos la jugamos… y que al del partido contrario le sacamos todos sus trapitos al sol, no le dimos tregua… eso también cuenta, ¿no?… ahora que empezarán funciones es válido el borrón y cuenta nueva… estamos a tiempo… los pactos se rompen pero también se vuelven a construir… por eso estoy aquí… ¿o no?
    El otro comensal solo encogió los hombros.
  • Tu sabes que en la vida como en la política hay valores entendidos. ¿No te parece?
    -No, no, no, me digas eso… pero esto no puede ser definitivo… por favor… hay que hablar…
    El periodista volvió a sonreír, a chancear, incrédulo.
    ¿En qué momento la fabricada fórmula que lo había rescatado cada sexenio con absoluta precisión le había fallado?
    El silencio de su comensal fue todo lo que obtuvo.
    El periodista tomó un segundo aire: “bueno, pidamos de cenar, ¿no?, ¿qué vas a querer?, aquí hay muy buena cocina… adelante…”.
    -No, gracias, debo volver al trabajo…
    Y como marcan los cánones, pidió la cuenta.
    El periodista sólo movió la cabeza en negativo.
  • No, yo la pago… tu no pediste ni agua.
    -Gracias. Ya me voy. Te agradezco que ahora sí no te aburriera conversar conmigo.
    Y el emisario se levantó de la mesa y se fue con la misma parsimonia con la que había llegado.
    Para esto la sopa ya estaba fría.
    Tanto como la sentencia final.