La columna de Juan Rodolfo Rivera Pacheco
Como cada proceso electoral desde que se empezaron a usar como método para conocer tendencias de la opinión pública (hace poco más de 30 años, durante el Gobierno de Carlos Salinas, empezó a haber mediciones demoscópicas profesionales en México), las encuestas vuelven a ser protagonistas de la lucha interna y externa de los partidos políticos.
De entrada, es una satisfacción para los que nos dedicamos profesionalmente al tema (en el BEAP pronto cumpliremos 25 años de realizar estudios de investigación de opinión pública) que nuestro trabajo sea hoy finalmente valorado como un quehacer científico que puede ayudar a tomar decisiones partidistas o gubernamentales. Hoy las encuestas serán el elemento indispensable final para que los partidos o alianzas determinen quiénes serán sus candidatos a todos los cargos de elección popular. Es un enorme avance que enriquece nuestra joven democracia mexicana.
Pero desgraciadamente también, por el mismo motivo de la relevancia que han adquirido, la encuestas hoy también estarán en el centro del debate en forma negativa, pues los aspirantes a las candidaturas no estarán de acuerdo con resultados que no les favorezcan. Y aunque es normal (no conozco a un político que le agrade escuchar que no es conocido, que la gente no quiere votar por él o bien que un adversario está por encima de él en preferencias), también es oportuno aclarar varios puntos una vez más.
Lo hemos dicho hasta la saciedad: Las encuestas y los encuestadores no tenemos la culpa de que la gente responda de tal o cual manera en los cuestionarios que les aplicamos. Nosotros simplemente preguntamos, la gente responde y esas respuestas las tabulamos y sacamos porcentajes. Punto.
Y aclaro por milésima vez: Eso que responde la gente es lo que piensa al momento del levantamiento de la encuesta. No es una predicción de lo que pueda pensar o suceder meses después. Los resultados de una encuesta son válidos para el momento del levantamiento y quizás unos días o semanas más, en un ambiente normal. Pero de que las tendencias pueden cambiar con el tiempo por muchos motivos o acontecimientos, es un hecho que todos sabemos.
Por supuesto hay políticos que quisieran escuchar lo que les agrade. Y con la falsa creencia de que los resultados de las encuestas influyen en el electorado, se empeñan en querer publicar datos que les favorezcan. Y desde luego hay empresas (que aparecen y desaparecen cada proceso) que se prestan a la estafa. Pero existe un gremio de encuestadores serios que NO lo hacemos.
Entonces es fácil para los políticos molestos con los resultados que no les gusten, generalizar que todas las encuestas (que no los favorecen) son falsas, que los encuestadores “cuchareamos” (modificamos resultados a petición de alguien) los datos y que hay una terrible conspiración en su contra (del político enojado). Ya hasta nos quieren someter a terribles pruebas y torturas para que digamos la verdad. De risa.
Pero lo digo por enésima vez (en los últimos 25 años): La reputación de un profesional (de cualquier ámbito o carrera) se adquiere con el tiempo y con la experiencia en su trabajo. Cada quien, por ejemplo, puede aceptar o no los resultados de un análisis químico-biológico que te dice que tienes determinada enfermedad. Es tu decisión si los crees o no y te atiendes. Pero no le eches la culpa al laboratorio de tu enfermedad. Ellos lo único que hicieron fue analizar una muestra de tu sangre.
Los encuestadores nos limitamos a analizar muestras de la sociedad. Que los políticos vayan ganando o perdiendo en una contienda interna o en una elección constitucional, es responsabilidad de ellos mismos. No nos carguen milagritos a nosotros. Mejor corran o premien a sus “consultores” y toda esa fauna de vivales que los rodea.
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