La Columna de Erika Rivero Almazán
Todo empezó por un WhatsApp:
-¿Cómo estás?, preguntó la Tití.
-¡Quiobo!, respondió la otra.
Y sin más acordaron la cita para verse.
Fue breve.
Fueron 40 minutos, no más.
La actual presidenta del PAN, (hasta que el Tribunal no diga lo contrario) se reunió con su antecesora (hasta que el Tribunal no diga lo contrario).
Augusta Díaz de Rivera y Genoveva Huerta por fin se sentaron a platicar, el saludo fue sonriente, relajado: primero hablaron de la salud, el clima, los hijos… y después de los espinosos asuntos del partido.
Salió a relucir el nombre de Marcos Castro, secretario general del PAN.
Así como dudas, inconformidades.
Es que el ‘ala dura’ de Acción Nacional no quiere abrir el partido, ni cumplir la tan famosa cuota del 25 por ciento de las posiciones del ayuntamiento de Puebla para el morenovallismo y a toda la gente definida como Genovista.
Y no sólo eso, sino sacarla del partido: la ley del hielo.
Desempolvar denuncias pendientes.
Y esto llegó a oídos de Genoveva Huerta.
Y se lo dijo a Augusta.
También le dijo que seguirá en lo suyo: su denuncia ante el Tribunal Electoral por ‘inconsistencias’ en la elección interna.
Y que llegará hasta el final.
Tití la escuchó, y reviró: respetará y esperará los tiempos de los tribunales, pero subrayó la importancia de ‘avanzar’ en el PAN para fortalecer el proyecto electoral del 2024: la invitó a dar la vuelta a la página.
Sobre las denuncias contra Genoveva de quienes la acusaron por ‘vender candidaturas’, Tití sacó una bandera blanca: no se va a meter… ya que sus abogados le confirmaron que ‘los afectados’ deben de proceder de manera individual. Y por tanto, ella sacará las manos de esos asuntos porque son de particulares.
No hubo más.
Ambas se despidieron.
De buen talante.
Fue un primer paso.
Uno grande.
De altura.
Falta mucho para una operación cicatriz.
Definitivo.
Pero algo es algo.