La columna de Érika Rivero Almazán
«Que mi nombre sea asociado a la defensa de las mujeres, y no a la de mi agresor… eso es lo que quisiera en este momento», dijo Aurora Sierra en una improvisada rueda de prensa, con la voz templada pero con la mirada triste.
Y es que a las 4 de la mañana de este jueves salió de prisión Víctor Hugo Islas Hernández, el mismo que fue su esposo y el mismo que atentó contra su vida el 10 de agosto de 2021 (a dos días de su cumpleaños): con armas largas le apuntaron al rostro en lo que ella creyó que era un robo o un secuestro, y mientras sufría una taquicardia y el adormecimiento del brazo izquierdo, a pocos metros de ahí, Víctor Hugo Islas grababa la escena. En ese video quedó plasmado el terror de quien se sabe en el limbo.
Ahora, ese mismo hombre, otrora poderoso político, sale de prisión por una suspensión condicional de proceso, es decir, libertad provisional por 2 años debido a su edad y su precaria salud.
Conozco a Aurora, y cuando la vi en la tribuna del Congreso, y después en la rueda de prensa, hablando serena y de una pieza, no me cabe duda de que el alma de algunas mujeres es más fuerte.
Hay que decirlo, algunas mujeres (por qué las hay) tal vez hubieran aprovechado el tema para exponerse vulnerables, declarando mil cosas en contra de su agresor, tal vez con alguna lágrima (y pudiera ser genuina), con la voz cortada, señalando con dedo flamígero los recovecos de la justicia por la cual se filtran vaguedades que llegan a la injusta.
No.
Aurora Sierra fue equilibrada: sí teme por su vida, pero no por Víctor Hugo Islas, sino como cualquier mujer sobreexpuesta a la causa y defensa de la violencia en contra de las mujeres. Dijo que es una mujer que confía en las instituciones, la justicia y en Dios: «Trabajaré para evitar que las lagunas legales existentes dejen sin protección a las mujeres de sus violentadores».
Punto aparte.
Sigue en su trabajo.
La abordan: artesanos de Cholula le regalan un sombrero pintado a mano y quieren foto con ella: sonríe. Llega una camioneta repleta de rosas, las recibe: sonríe. Da rueda de prensa. Firma papeles. Da indicaciones a sus asistentes.
No pasa nada.
Pero por dentro pasa todo.
Seguro, como madre, piensa en consecuencias secundarias para sus hijos pequeños, tal vez la escuela, los vecinos, su familia, su entorno… es posible que el círculo rojo también le ocupe.
Tal vez desde que recibió la noticia no ha dormido: el insomnio del recuerdo, el miedo, la indignación, ¿el enojo?
La historia de Aurora es la misma por la que atraviesan cientos de mujeres que siguen luchando todos los días por la esperanza de una sociedad más justa para ellas y sus hijos.