La columna de Fernando Manzanilla
Hoy, el mundo bebe más de dos mil millones de tazas de café al día, lo cual coloca a este insumo como uno de los principales productos agrícolas que se comercializan en el mercado mundial.
Aunado a ello es una industria que proporciona ocupación directa o indirecta a millones de personas dedicadas al cultivo, transformación, procesamiento y comercialización del café en todo el planeta.
De acuerdo con datos de Statista, la producción de café ha aumentado en las dos últimas décadas hasta situarse por encima de los 175 millones de sacos al cierre del 2021, del cual más de la mitad fue producido por países de América del Sur.
México es el país cafetalero más al norte del continente americano, como productor ocupa el 11 lugar a nivel mundial, después de Perú, Guatemala e India.
Para nuestro país, el café es un producto estratégico, ya que emplea a más de 500 mil productores de 15 entidades federativas y 480 municipios. Chiapas es el principal estado productor, aporta 41.0% del volumen nacional, seguido por Veracruz (24.0%) y Puebla (15.3%).
Actualmente, el café representa el 0.66% del PIB agrícola nacional y el 1.34% de la producción de bienes agroindustriales. Y es que México produce cafés de excelente calidad, ya que su topografía, altura, climas y suelos le permiten cultivar variedades clasificadas dentro de las mejores del planeta.
En el contexto de mercados, del total de exportaciones mexicanas de café, 53.85% se destinan a Estados Unidos; el volumen restante, a países miembros del bloque de la Unión Europea y otros como Japón, Cuba y Canadá.
En los últimos años el consumo de café en México ha ido en aumento, según estudios realizados por consultoras y de acuerdo con proyecciones de la Planeación Agrícola Nacional, en 2030 se estima un aumento en el consumo nacional de 0.80 a 0.94 millones de toneladas y que la producción nacional pase de 0.82 a 4.70 millones de toneladas, lo cual representa un crecimiento acumulado de 16.48 y 471.46%, respectivamente.
Pero más allá del auge de la cultura del café, es importante tener presente que este producto contribuye al patrimonio biocultural del país y del propio planeta.
Investigadores como Eckart Boege y Aida Castilleja definen al Patrimonio Biocultural como “lo nuestro” de las comunidades indígenas, como un acervo ancestral que les permite orientar un proyecto propio de vida comunitaria.
En este sentido, se debe tener presente que el sistema de cultivo mexicano hace que las zonas cafetaleras sean espesas franjas arboladas que, en conjunto con diversos fragmentos de bosques tropicales de montaña, constituyen un importante baluarte para la conservación de los servicios ambientales y la biodiversidad mundial. No por nada a México se le considera como uno de los reservorios mundiales de café de alta calidad frente a las amenazas del cambio climático.
Desde la escala más lejana de las imágenes satelitales, es posible visualizar la contribución de las zonas cafetaleras en México a la conservación forestal. En un estudio de escala global realizado por la NASA y la Universidad de Maryland, se encontró que las zonas cafetaleras en México tienen un promedio de 50% de cobertura forestal.
El agua es otro elemento fundamental relacionado con la producción de café en México. En un estudio de balance hidrológico realizado en Veracruz, se determinó que las zonas de mayor recarga hidrológica están justamente, en las zonas cafetaleras.
Aunado a ello, los territorios cafetaleros son guardianes de la riqueza cultural del país, ya que en ellos se encuentran 38 diferentes culturas indígenas, además que cerca del 56% de los propietarios de las plantaciones hablan una lengua originaria y en los 15 estados cafetaleros hay presencia indígena.
Sin embargo, no debe escapar considerar los grandes retos del sector y que los caficultores han sufrido mucho a raíz de la pandemia, aunado a arrastrar las consecuencias de la crisis de precios del café, el clima extremo, incluidas sequías, inundaciones, heladas y plagas, lo que ha provocado pérdidas de cosechas y ha llevado a muchos pequeños productores a abandonar esta industria.
Es por ello que considero que los productores deben ser impulsados por el propio sector público y privado a través de políticas públicas enfocadas, no solo en la fuerte derrama económica que deja, sino sobre todo en su aportación a la riqueza biocultural de nuestra nación.
Asimismo, desde nuestras diferentes trincheras también podemos impulsarlo, a través del consumo del producto nacional, que nos permitirá degustar de su delicioso aroma y sabor, sin olvidar que este insumo nos invita a conectarnos con la memoria de la humanidad y a reconocernos como parte de la trama de la vida de la Madre Tierra.